Las doce. Te metes en la cama. Coges el libro. Ése libro que estas devorando noche tras noche. Mientras lees te mentalizas para aguantar tres horas más mínimo hasta dormirte. El libro, en el fondo, habla de amor. ¿Amor? ¿Qué es eso? Los libros siempre te ponen el amor como algo precioso, cosa que tarde y temprano te das cuenta de que no es verdad. Las tres, empiezas a cerrar los ojos, las palabras se ven borrosas, como si bailaran un vals. Cierras la luz, ahora tu media hora pensando e imaginando una pared blanca para no pensar en nada.

(…)

Suena el despertador, vuelven a ser las siete de la mañana, como cada jodido día. Otra vez te levantas, escoges la ropa que te vas a poner sin demasiado entusiasmo. Coges el iPod y el móvil y te vas al baño, para despertar. Enciendes la radio, el calentador y el agua. Mientras te desvistes vas calculando el tiempo que tienes para cada cosa. Entras en la ducha. El pelo, el acondicionador, el cuerpo, quitar el acondicionador. Sales, toalla en el pelo, en el cuerpo. Maquillarme mientras me tomo la leche, música, lavar los dientes, peinar y secar el pelo. Vestirme corriendo. Son y 20 y a y 25 debo salir de casa. Chaqueta, e ir corriendo al cuarto para guardar todo en la mochila. Coger la libreta para estudiar en el metro. Y finalmente, chillar un “¡Hasta luego!”, coger el plástico para tirarlo y cerrar la puerta.

Otro día más se presenta. Otro día más que superar.

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